jueves, 9 de diciembre de 2010

PASAJE A LA CONCIENCIA

                               PASAJE A LA CONCIENCIA

Aprovechando la sombra de un árbol en la plaza central del pueblo, estaba con un grupo de personas, en espera del autobús. Había hecho algunas gestiones y regresaba a mi domicilio, un apartamento en una urbanización en primera línea de mar. Hacía poco tiempo que habitaba en aquella vivienda y en aquel extraordinario país caribeño. Todavía no disponía de vehiculo y tenía que desplazarme todos los días con transporte público al pueblo más cercano para el avituallamiento y gestiones diversas. Acostumbrado que en mi país todo el transporte público estaba organizado y gestionado por las autoridades competentes, me llamo la atención que aquí fueran los propietarios de los autobuses que por medio de una especie de cooperativa, formasen una flota con la correspondiente ruta, autogestionados y claro esta, previa autorización de la autoridad reguladora.
Por fin llego el autobús, fueron subiendo los pasajeros, el pago del pasaje lo recaudaba el propio chofer, cuando me toco mi turno le entregue al conductor un peso (precio del pasaje). Quede sorprendido cuando éste me comunico que el pasaje valía dos pesos. Le replique que eso no era posible, los días anteriores e incluso el viaje de ida de este mismo día, siempre me habían exigido como pago del billete un peso, además todos los pasajeros que subieron antes y que hacían la misma ruta, pagaron un peso, ¿Por qué yo tenía que pagar dos? El chofer me repitió que era el precio del pasaje, pero en ningún momento me enseño  papel tarifario ó documento acreditativo que justificara dicho importe y para que entendiera que lo que decía era cierto se dirigió a los pasajeros y les preguntó : ¿verdad que todos han pagado dos pesos? Y al unísono contestaron que sí. Estaba perplejo, atónito, no me lo podía creer, si no fuera porque se daba la paradoja, que yo era el único pasajero de color ó piel blanca. Me sentía discriminado delante de tantas personas de color de piel diferente. Me habían tomado por un turista y el color de mi piel denotaba dinero, podía pagar el doble.
Decidí no darle el peso de más y el conductor arranco el vehiculo refunfuñando. No era una cuestión de dinero, era una cuestión de dignidad.
Al llegar a mi destino, estaba enojado, opté por dar un paseo por la playa, antes de ir a mi casa. Finalizaba la tarde, el sol se ocultaba en el horizonte, el cielo y las nubes cambiaban de color que reflejaban en el mar, me senté apoyado en una palmera, el espectáculo colosal me fue serenando y pacificando.
No recordaba haber discriminado nunca a ningún ser humana por su color de piel, ni por su raza o religión, me preguntaba el porque de esta experiencia. Ya con el ánimo calmado y delante de la majestuosidad de un atardecer caribeño, solté una tímida carcajada, veía una paradoja extraña en todo el asunto, las personas  con la piel de color negra son las que con más frecuencia reciben este injusto trato en nuestro mundo, pero hoy había sido al contrario, por primera vez me hice CONCIENTE de la discriminación y nunca mejor dicho en mi propia piel y entonce me estremecí pensando en esos seres humanos que fueron y son tratados con esta injusticia por su color de piel, tratados con menosprecio, ocasionalmente, frecuentemente o toda su vida.
Ponerme en la piel ajena, ahora es más fácil.

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